Gran Turismo, o cómo transmitir el mensaje del videojuego a la gran pantalla

Nunca es fácil hacer una buena película de coches, un reto afrontado por Kazunori Yamauchi

Kazunori Yamauchi, como muchos otros creadores relacionados con el mundo de los videojuegos (o, dicho sea de paso, del arte en general), es una persona con particularidades en su visión del mundo. De hecho, esto se puede ver en muchos creadores y en particular en creadores japoneses. Otros compatriotas suyos que dan mucho que hablar en este aspecto podrían ser el reverenciado Hideo Kojima o el polémico Tetsuya Nomura. La lista es larga, muy larga: incluso Takeshi Kitano (al que conocemos como el señor del castillo en Humor Amarillo) podría dar de que hablar. Yamauchi, más que dar de hablar, quiere hacer sentir: sentir la pasión por las carreras, su visión del mundo del motor. Y, en parte, eso es la película de Gran Turismo.

Hay que empezar por lo que no es la película. No es una recopilación de grandes hitos de la saga de videojuegos. No es un paseo por las licencias más complicadas de la saga ni un documental sobre cómo se desarrolla cada entrega o se introduce cada coche en el juego (aunque hay escenas que sí que hablan sobre ello). De hecho, hay momentos en los que irónicamente no parece que se hable de Gran Turismo, si bien obviamente se referencia como un gran simulador…aunque no deja de ser videojuego, existiendo una gran variedad de simuladores potentes en la actualidad. No hay Mitsubishi Lancers amarillos ni Ford GT40 que hagan trampas en Roma, ni Suzuki Escudos haciendo el caballito mientras rompen la velocidad del sonido.

Es una película, no un documental, por lo que no tiene nada que ver con aquel maravilloso documental de Ayrton Senna en el que se revelaron imágenes inéditas hasta entonces. Tampoco es Rush, aunque llega a tener puntos en común con el film basado en la temporada 1976 de Fórmula 1, o Le Mans 66. Por supuesto, no tiene nada que ver con Le Mans de Steve McQueen, un ejemplo muy, pero que muy purista de película de motor (lo mismo ocurre con la mítica ‘Grand Prix’). Aquí el objetivo es más bien otro.

De entrada se avisa de que es una película basada en hechos reales, de modo que no trata de replicar la historia de Jann Mardenborough tal como fue – con concesiones y libertades del cine, se adapta a los tiempos actuales, viéndose Gran Turismo 7 de manera exclusiva. Sí que respeta los momentos destacados de su carrera, como el incidente de Nürburgring o su paso por Le Mans (el de 2015 no, por suerte).

Sí que se echa en falta a Lucas Ordóñez: no sólo por ser español, sino por ser el verdadero pionero de la GT Academy, el primero en ganarla allá por 2008 en unas circunstancias modestas. De hecho, muchos años atrás, ésa era la idea original, una idea que no se terminó de materializar – la vida de un piloto que cambió completamente, logró títulos europeos y mundiales y, pese a ya no ser parte de Nissan, sigue siendo uno de los grandes embajadores de Gran Turismo a nivel mundial.

Entonces, ¿de qué va Gran Turismo? (Ojo, hay algunos spoilers)

Volvamos a Yamauchi (que no es el director de la película, pero sí el que ideó los juegos en sus orígenes). Con la saga Gran Turismo, este ha querido plasmar en millones de PlayStation de todo el mundo su visión del mundo del motor. Lo que significa para él conducir las mejores máquinas del mundo en los mejores circuitos del mundo. Esa experiencia, esa pasión, ese cosquilleo especial que se siente en el cuerpo…eso es lo que trata de transmitir, o al menos así era en las primeras entregas. La visión de Yamauchi del mundo del motor ha ido cambiando con el paso de los años y eso se ha plasmado también en la dirección de los propios juegos. Tanto de los coches como de las carreras en sí, habiendo competido en carreras GT3 y llegando a ganar su categoría en las 24 Horas de Nürburgring (haciendo equipo con Ordóñez, precisamente).

Esa visión es la que se trata de trasladar de los monitores de videojuegos a la gran pantalla, a un público mucho más amplio. Desde el más hardcore que ha disfrutado de cada entrega desde hace 25 años al que usa el coche para hacer las compras, llevar los niños al colegio y poco más – o el que a duras penas ha tocado una consola. Se trata aquí de transmitir todo eso, de la manera más vibrante posible, de que se entienda el espíritu de la saga. Y eso se consigue a base de escenografía, sobre todo en algunos momentos en la segunda mitad de la película. Evitando spoilers, hay momentos en circuitos icónicos donde Archie Madewke y David Harbour (no tanto Orlando Bloom) son capaces de encarnar lo que de verdad Yamauchi quiere transmitir con Gran Turismo.

Es también una película de deportes, de deportes de motor en concreto, alejándose de la concepción de película de videojuegos – no es una Super Mario, por ejemplo (la cual bordó el propósito para el que se creó, dicho sea). Una película en la que un joven, con talento pero sin recursos, tiene la oportunidad de su vida y, gracias a su esfuerzo, su dedicación y sus ganas, es capaz de labrarse un hueco gracias a la oportunidad que le brindan Nissan y Gran Turismo, como fue la GT Academy en la vida real. Se habla mucho de la ‘mentalidad underdog’, alguien del que no se espera mucho. Y es que, en un mundo tan elitista, un ‘pobretón’ salido de dedicar horas a los videojuegos no es precisamente la figura más admirada del paddock.

Por supuesto, no es una película redonda. Hay referencias a Gran Turismo, claro, pero muchas de ellas son meramente gráficas o sonoras, sin incidir demasiado (dado que se trata de explicar el paso de lo virtual a lo real, el ascenso a la competición profesional junto a Nissan/Nismo). Sigue echándose de menos a Ordóñez, siendo una pieza clave en la continuidad que tuvo GT Academy hasta llegar adonde llegó, incluyendo en la gestación de la carrera de Mardenborough. De hecho, ambos compartieron coche en Le Mans 2013.

Si bien Nürburgring, el Nordschleife y el Red Bull Ring quedan muy fielmente reflejados en la película, no puede decirse lo mismo del resto de circuitos. ‘Silverstone’ no es tal, sino Hungaroring, lo mismo que varias escenas en Hockenheim. Pero lo que quizás duele más es que, en las escenas en Le Mans, exceptuando las imágenes en la recta de meta, muchas imágenes son en realidad…Hungaroring. ¿Las pruebas de la GT Academy? Hungaroring también, pero en sentido inverso. En este aspecto, la película flaquea un poco. También en pequeños detalles (como los propios Nissan GT-R utilizados en las pruebas), si bien no son tan importantes para el público más amplio.

Hay más ejemplos a lo largo del film (también aparece una recreación de un famoso accidente en Le Mans, aunque con una interpretación al estilo ‘Michael Bay’), pero en general se hace un buen trabajo a la hora de representar (que no repasar al detalle) la trayectoria de Mardenborough, quien después de la GT Academy ha estado corriendo en GP3, SuperGT o trabajar para Nissan en la Fórmula E, manteniéndose como piloto profesional hasta la actualidad.

Como película, es bastante decente (quizás aquí Bloom no destaca tanto como Harbour, cuyo papel recuerda en muchos casos al de su Jim Hopper de Stranger Things) y un esfuerzo bastante logrado de lo que debe transmitir una película de deportes de motor, aunque quizás no es tan buena como lo fue Rush. Por suerte, 2023 nos traerá otra película de motor: 2 Win, basándose en la temporada 1983 del Mundial de Rallyes y aquel duelo épico entre Lancia y Audi, con el mismo Daniel Brühl que ya deslumbró al mundo en Rush hace ya varios años.